domingo, 10 de marzo de 2019

Una década después, suenan los tambores de una nueva recesión

Todo indica que la reciente moderación del desempeño económico chino y europeo se sumará al fin del ciclo de EE. UU. que ya empieza a avizorarse. Once años después de la peor crisis financiera global en más de medio siglo, la llegada de una nueva recesión tomará mal preparada a más de una economía. 

Ya pasó una década desde que el colapso de Lehman Brothers sacudió los mercados y provocó estrepitosas caídas en las bolsas, cierres de empresa y una ola de desempleo, entre otras consecuencias. Sin duda, fue un golpe amargo que dejó como resultado una lenta recuperación y un largo camino de aprendizajes. Más allá de mirar hacia atrás, el mundo ahora se prepara para enfrentar una próxima fase de recesión en 2020. 

Por lo menos así lo anticipan algunos cambios económicos como las políticas proteccionistas del presidente estadounidense Donald Trump, los déficits fiscales y el debilitamiento de los mercados emergentes y sus respectivas monedas, que, sumados a las advertencias del Banco Mundial, dan las primeras señales de un posible descenso en la economía global. 

Recientemente, ese organismo internacional redujo sus previsiones de crecimiento al 2.9 % en 2019 y 2.8 % en 2020. Principalmente lo justifica por las tensiones comerciales, la desaceleración de China y la moderación de la evolución del PIB de la zona euro. 

De igual manera, el economista turco Nouriel Roubini, quien predijo la crisis de las hipotecas subprime, pronosticó hace unos meses una posible recesión el año entrante, basado en el análisis de diferentes factores macroeconómicos. 

Uno de los indicadores que más peso tiene en las previsiones del final de esta fase del ciclo económico es la curva de rendimientos, la cual mide el nivel de confianza inversionista con base en la brecha entre las tasas de interés de los bonos del Tesoro de Estados Unidos a corto y largo plazo. 

Actualmente, los bonos a dos y diez años presentan tasas con una diferencia cada vez más estrecha, lo que ha provocado que los analistas predigan una posible recesión. Teniendo en cuenta las diferentes señales de alerta, vale la pena ahondar en los principales aspectos que estarían conduciendo al mundo a un descenso económico en 2020. 

La bomba de la deuda global 

Las personas, las empresas y los Estados adquieren préstamos, asumiendo que tienen la capacidad de pagarlos. Sin embargo, cuando los ingresos no crecen lo suficiente para hacer soportables las deudas, empiezan a surgir las moras. 

De modo que uno de los factores más preocupantes para la economía actual es el aumento de la deuda global. De acuerdo con el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF por sus siglas en inglés), en el segundo trimestre de 2018 la deuda mantenida por los mercados desarrollados y emergentes alcanzó una cifra histórica de 247,1 billones de dólares, que rodea el 318 % del PIB mundial. 

Del total de la deuda contabilizada en dicho período, el 24.2 % correspondía al sector financiero, el 26.7 % al endeudamiento público con 66 billones de dólares, el 30.3 % al segmento corporativo y el 18.7 % a los hogares. 

La deuda global, a junio de 2018, sumaba 187 billones de dólares sin el sector financiero, una cifra que representa un aumento de 30 billones de dólares desde que la Reserva Federal (FED por sus siglas en inglés) de EE. UU. empezó a subir las tasas de interés en diciembre de 2015, lo que supone una alta aceleración en el ritmo de apalancamiento. 

Pese a que la deuda de los gobiernos ha subido de forma preocupante en los últimos años, el segmento que más crece, a escala global, es el de las empresas. Desde 2013, este ha tenido un aumento del 28 % al pasar de 58 billones a 74 billones en el 2018. 


Las empresas norteamericanas han adquirido préstamos con más entusiasmo, motivadas por las bajas tasas de interés que provocó el programa de política monetaria expansiva de la FED, que estuvo vigente desde la crisis de 2008 hasta 2014, con el objetivo de impulsar la economía. Asimismo, los recortes de la tasa impositiva corporativa del 35 % al 21 % y el crecimiento de Estados Unidos han hecho parte de esta tendencia a la deuda. Pero, cuando el alza de los intereses de la FED se empiece a manifestar y las ganancias de las compañías se ralenticen, estas se verán en una situación crediticia difícil de pagar o renovar. 

Cabe recordar que desde finales de 2015, la FED ha aumentado los tipos de interés nueve veces. En la última reunión, el rango de la tasa de referencia quedó establecido entre un 2.25 % y 2.5 %. 

Uno de los mayores riesgos de esas alzas en las tasas de interés, es la posibilidad de que las empresas queden atrapadas en una crisis crediticia. Además, esto puede llegar a tener un efecto negativo a los ojos de los inversionistas, que quizá prefieran recurrir a activos seguros, en lugar de arriesgar capital en un sector productivo que no pasa por su mejor momento. 

Dicho esto, no hay que olvidar que tal como sucede con los diferentes sucesos económicos, los problemas en Estados Unidos irremediablemente repercuten en los demás países del mundo, especialmente en América Latina. 

En ese sentido y en línea con la situación de la deuda global, es importante profundizar en los mercados emergentes. El último informe del IIF reveló que estas economías acumularon en junio del año pasado un total de 71.1 billones de dólares en préstamos, lo que representa un 15.4 % más que 2017. De ese total, 12.2 billones corresponden a los hogares, 32.6 a las empresas, 10.8 al sector financiero y 15.5 al gobierno. 

Los mercados emergentes se enfrentan a un apretado calendario de vencimientos superior a los 4 billones de dólares en bonos y préstamos para finales de 2020. Según el IIF, alrededor de un tercio de esta cifra pertenece a la deuda en monedas extranjeras. Solo en Chile, Colombia, Egipto y Nigeria, el 75 % de las obligaciones para ese período corresponden a deuda denominada en dólares. En la misma situación se encuentran Brasil, México, Sudáfrica y Turquía. 

La gravedad del asunto es que debido al alza en las tasas de interés en Estados Unidos se ha fortalecido el dólar frente a las otras divisas en los últimos meses, lo cual incentiva la salida de capitales desde los mercados emergentes y hace más difícil el pago de la deuda externa. Y, no solo eso. Como ya es de conocimiento general, la inversión extranjera es de gran importancia para la generación de divisas y proyectos de largo aliento en las economías emergentes. Sin embargo, cuando la moneda estadounidense se fortalece y se ofrecen tasas más altas en EE. UU., los inversionistas se ven incentivados a llevar sus capitales hacia ese país. 
La desaceleración china, la industria en Europa y otros detonantes 

China, la segunda economía más grande del mundo, también es una de las naciones en desarrollo que amenaza la estabilidad de los mercados internacionales por su conflicto comercial con Estados Unidos, su enorme deuda y la desaceleración, ocasionada, en gran parte, por el mismo nivel de préstamos. 

A finales de 2017, la participación del gigante asiático en la deuda global se triplicó desde la recesión mundial de 2009, cuando solo era del 6.1 %. Esto ubica a China en el tercer lugar de las naciones más endeudadas, después de Estados Unidos y la zona euro. 

En virtud de ello, vale la pena preguntarse ¿cómo llegó China a endeudarse tanto en menos de una década? El detonante más atribuible es el programa de estímulos que aprobó Pekín en 2009 por 4 billones de yuanes (cerca de 464,000 millones de euros), con el cual pudo salir airosa de la última crisis internacional. Mientras el resto del mundo trataba de recuperarse de los efectos de dicha fase, su economía presentaba un crecimiento de 9.4 %. 

Sin embargo, esto se convirtió en una trampa para China, ya que las empresas, las administraciones locales y los ciudadanos contrajeron unas grandes deudas en muy poco tiempo. Esto empujó a la economía, pero hizo que el capital se destinara a inversiones con baja rentabilidad, por lo que los deudores tuvieron que adquirir nuevos créditos para pagar los iniciales. No hay que desestimar que durante los últimos diez años China ha logrado sortear su desaceleración económica, pese a los augurios de muchos analistas. No obstante, si el crédito de esta gran potencia sigue expandiéndose de manera significativa, la crisis podría ser vehemente. Para las, economías desarrolladas y los mercados emergentes, cualquier moderación del crecimiento de este país implica una sacudida importante. 

Por otra parte, a los temores de la próxima recesión argumentada por los aspectos ya mencionados, se suma la situación actual de la industria en Europa, que ya da muestras de la desaceleración que vive el viejo continente. Para nadie es un secreto que la producción industrial es uno de los pilares de la economía en Europa. Ese es un sector que está ligado a la expansión internacional, la innovación, la transformación tecnológica y, por supuesto, al empleo, con una representatividad del 19 % en el PIB. 

De ahí que las recientes caídas en la producción industrial en esa zona tienden a ser preocupantes. En diciembre del año pasado, este sector se ralentizó hasta su menor ritmo desde noviembre de 2014, al obtener un puntaje de 51.4 en el índice de Gerentes de Compras (PMI, por sus siglas en inglés). Aunque todavía no ha llegado al límite del inicio de una contracción (50), las constantes reducciones que ha venido presentando y los resultados individuales de las principales economías de la región, auguran los indicios de una menor dinámica. 

En Alemania la manufactura cayó 4.7 % en noviembre del año pasado en comparación con el mismo mes de 2017. Italia, Francia y España siguieron la misma tendencia, con caídas interanuales de 2.6 %, 1.2 % y 2.8 %, según las oficinas de estadísticas de cada país. 

Esta situación puede explicarse por varios motivos. En primer lugar se encuentran los problemas que han tenido los fabricantes de automóviles para adaptarse a los nuevos estándares de emisiones de gases contaminantes, que ha dificultado la producción de esa industria. En segundo lugar, Francia está viviendo un momento arduo no solo en su producción industrial, sino en la economía en general, debido a múltiples causas como el repliegue de la inversión en bienes manufacturados, la fuerte remontada del precio del petróleo y las constantes protestas en contra de las reformas sociales y económicas que ha realizado el gobierno de Emmanuel Macron. 

El expansivo programa presupuestario que ha elevado los costos de los préstamos soberanos en Italia, el enfriamiento de la demanda global y los problemas de Alemania también han repercutido, no solo en la industria, sino en la actividad económica de la segunda potencia manufacturera de Europa, que hoy se suma a los peligros de la recesión en el viejo continente. 

Finalmente, si a estos problemas se les agrega la incertidumbre por lo que pasará entre la Unión Europea y el Reino Unido, las represalias arancelarias de Estados Unidos contra sus socios comerciales, las elecciones del Parlamento Europeo, una alta volatilidad del precio del petróleo y mayores debilidades en las economías emergentes, lo más probable es que la desaceleración global sea la constante desde finales de 2019.


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